Diferencia entre ética y moral según A. Cortina. (2023)

Cuestionario:

Diferencia entre ética y moral según A. Cortina

Por eso llevaba razón Ortega al afirmar que la claridad es la cortesía del filósofo, pero aún se quedaba corto: es un deber moral, no sólo de los filósofos, sino de todas las gentes que se preocupen por construir un mundo más humano, porque ese mundo no puede edificarse desde la mutua incomprensión, sino desde la comprensión recíproca.

Ética y moral se distinguen simplemen­te en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no la han inventado los filóso­fos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene «apellidos» de la vida social, como «moral cristiana», «moral islámica» o «moral socialista», la ética los tiene filosóficos, como «aristoté­lica», «estoica» o «kantiana».

La verdad es que las palabras «ética» y «moral», en sus respectivos orígenes griegos (êthos) y latino (mos), significan prácticamente lo mismo: carácter, costumbres.

Ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humana­mente íntegros.

¿A qué se refiere la autora con “la moral del camello”?

Por las playas valencianas, hace ya bastantes años, se paseaba un cuerpo de policía a caballo, velando por la decencia de los trajes de los bañistas. La gente les llamaba «la Moral».

Parecía, pues, que la moral debía consistir en mandatos, encarga­dos de amargar la existencia al personal prohibiéndoles cuanto pudiera apetecerles: cuanto más a contrapelo el mandato, más mérito en cumplirlo. ¿Adónde iba la pobre moral con este cartel?

Naturalmente, no era esto la moral, ni lo es tampoco actualmente, pero así lo entendía la gente por razones sociales de peso, entre otras, porque así se lo habían enseñado. Por eso, cuando oían la palabra «moral» se les venían a las mentes la policía de la playa, el inquisidor de turno, o la imagen de ese camello cargado con pesados deberes, que es como Nietzsche describía gráficamente la moral tradicional del deber.

Para entender el sentido auténtico de la moralidad, ¿por qué es preferible la contraposición moral-desmoralizado que moral-inmoral?

Decía Ortega -y yo creo que llevaba razón- que para entender qué sea lo moral es mejor no situarlo en el par «moral-inmoral», sino en la contraposición, más deportiva, «moral-desmoralizado»

«Me irrita este vocablo, ‘moral’ -nos dice en «Por qué he escrito El hombre a la defensi­va«. Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que está desmorali­zado.

Entonces se advierte que la moral no es una performance suplemen­taria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmora­lizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino».

Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas normas, de lo cual puede incluso sentirse muy orgulloso si no las reconoce como suyas; pero a nadie le gusta estar desmorali­zado, porque entonces la vida parece una losa y cualquier tarea, una tortura.

Hoy la moral es un artículo de primera necesidad precisamente porque nuestras «sociedades avanza­das», con todo su avance, están profundamente desmoralizadas: cualquier reto nos desborda.

¿Qué entiende Ortega y Gasset por “moralita” y en qué se diferencia este concepto al vocablo “moralina”?

En el fondo a la gente le parece que eso de la moral es simple «morali­na», sermones aburridos y aguafiestas.

En realidad «moralina», si miramos el diccionario, viene de «moral», con la terminación «ina» de «nicotina», «morfina» o «cocaína», y significa «moralidad inoportuna, superficial o falsa». A la gente le suena en realidad a prédica empalagosa y ñoña, con la que se pretende perfumar una realidad bastante maloliente por putrefacta, a sermón cursi con el que se maquilla una situación impresentable.

La «moralita» -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su pariente, la dinamita. No se fabrica con pólvora, claro está, sino con la imagen de lo que es un hombre -varón o mujer- en su pleno quicio y eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un comportamiento verdaderamente humano.

La perversión de las palabras es la más grave de las perversiones.

Por eso es importante ir poniendo cargas de moralita revolucionaria en puntos estratégicos de nuestra vida personal y social: para ir orientando nuestra vida hacia el quicio humano y la eficacia creadora

Estudia los diferentes tipos de racionalidad y explica cuál consideras el enfoque más apropiado para el estudio de la ética. Argumenta tu respuesta.

Ahora bien, las sencillas expresiones «racional» y «obrar racionalmente» son más complejas de lo que parece, porque a lo largo de la historia han ido ganando diversos significados, que han obligado a entender el saber moral también de diferente manera.

1) Búsqueda prudencial de la felicidad.

2) Cálculo inteligente del placer.

3) Respeto a lo que es en sí valioso.

4) Saber dialogar en serio.

Por naturaleza, todos los seres vivos tienden al placer y que todos los seres humanos queremos ser felices. Pero precisamente los fines que queremos por naturaleza no pueden ser morales, porque no podemos elegirlos.

Kant cree tener una buena ayuda: las personas tenemos conciencia de que hay determinados mandatos que debemos seguir, nos haga o no felices obedecerlos. Cuando digo que «no se debe matar» o que «no hay que ser hipócri­ta», no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz o no, sino en que es inhumano actuar de otro modo.

Por eso las normas morales mandan sin condicio­nes y no prometen la felicidad a cambio; sólo prometen realizar la propia humanidad. Kant defendió esta posición de que las personas son absolutamente valiosas, fines en sí, dotadas de dignidad y no intercambiables por un precio. Los creadores de lo que se llama «ética del discurso» están de acuerdo con Kant en que el mundo moral es el de la autonomía humana, es decir, el de aquellas leyes que los hombres nos damos a nosotros mismos.

La razón moral -concluyen- no es una razón práctica monológi­ca, sino una razón práctica dialógica: una racionalidad comunica­tiva.

Tipos de racionalidad:

1) PRUDENCIAL (tradición aristotéli­ca)

2) CALCULADO­RA (tradi­ción utilita­ris­ta)

3) PRÁCTICA (tradi­ción kantiana)

4) COMUNICATIVA (tradición dialógica

La moral es algo de lo que no podemos desprendernos, porque todos los seres humanos tenemos la oportunidad de elegir entre diferentes oportunidades y posibilidades e independientemente de la decisión que tomemos, debemos tener loas argumentos para justificarlas. Considero que la ética es un conjunto de los cuatro tipos de racionalidad, porque se relacionan con la conducta del ser humano. La ética no puede universalizarse, depende de la constitución natural de cada individuo.

Ensayo

SOMOS INEVITABLEMENTE MORALES

“La moral es indeludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección; con lo cual más vale que nos busquemos buenos referentes para justificarlas, no sea cosa que labremos nuestra propia desgracia”.

Atendiendo a esta tradición podemos decir que todo ser humano se ve obligado a conducirse moralmente, porque está dotado de una «estruc­tura moral o como dice Diego Gracia, de una «protomoral», que tiene que distinguirse de la «moral como conteni­do». Precisamente porque todo ser humano posee esta estructura, podemos decir que somos constitu­tivamente morales: podemos comportar­nos de forma moralmen­te correcta en relación con determinadas concepcio­nes del bien moral, es decir, en relación con determina­dos conteni­dos morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero estructural­men­te hablando, no existe ninguna persona que se encuentre situada «más allá del bien y del mal». ¿En qué consiste esa estructura moral?

La estructura moral del ser humano

La estructura básica de la relación entre cualquier organismo y su medio es entonces «suscitación-afección-respuesta» y es la que le permite adaptarse para sobrevivir. Sin embargo, esta estructura se modula de forma bien diferente en el animal y en el ser humano.

En efecto, el ser humano responde a la suscitación que le viene del medio a través de un proceso en el que podríamos distinguir los siguientes pasos:

1) En principio, se hace cargo, a través de su inteligencia, de que los estímulos son reales, es decir, que proceden de una realidad estimulante por la que se siente afectado. El ser humano no está afectado, por tanto, por el «medio», sino por la realidad, lo cual supone un compromiso originario con ella que tendrá, como veremos, sus implicaciones morales.

2) La respuesta no le viene dada de forma automáti­ca, sino que, a la hora de responder, crea él mismo un conjunto de posibilidades, entre las que ha de elegir la que quiere realizar. Si bien tales posibilida­des enraízan en la realidad, ellas mismas son irreales y es la persona quien tiene que elegir cuál quiere

3) Para elegir una posibilidad el ser humano ha de renunciar a las demás y por eso su elección ha de ser justificada; es decir, ha de hacer su ajustamiento a la realidad, porque no le viene dado naturalmente, justificándose.

Consecuencias para la educación moral

En principio, si cualquier persona capta las cosas como realidades y su modo de estar en el mundo es el de estar en la realidad, necesitamos hacer pie en ella para construir cuantas posibilidades seamos capaces de idear; posibilidades entre las cuales tenemos que elegir la que consideremos más adecuada. Y este sencillo reconoci­miento comportará un buen número de implica­ciones para quien desee ser una persona moralmente bien educada.

La primera de esas implicaciones consiste en reconocer que una persona inteligente trata de conocer la realidad.

Si de la realidad tenemos que partir inevitablemente, parece aconsejable tratar de conocerla lo mejor posible, porque otra cosa es, no sólo suicida, sino también «homicida».

Es suicida ya que quien construye castillos en el aire, desconociendo el terreno que pisa, no tarda en caer en algún hoyo. La imaginación pueril -como es sabido- es la que se pierde en ensoñaciones sin punto de apoyo en la realidad, y después sucede que el niño, a fuerza de imaginar sin fundamento, se creyó Tarzán y se rompió el fémur pensando que saltaba de liana en liana. La imaginación creadora, por contra, la imaginación adulta, es la que se nutre de la realidad y trata de ampliarla proyectando desde ella.

Por eso conviene informarse, recurrir a las aporta­cio­nes de distintos saberes, y echar mano de la experiencia ajena a través de la literatu­ra, el cine, las artes plásticas y unos medios de comunicación «bien administrados». Una mente abierta a los problemas y a las propuestas de solución ya existentes es esencial para una persona moralmente educada.

Sería idealismo positivo conside­rar que la historia humana se construye también con ideas e ideales, y que es puro conformismo, dejación de humanidad, resignarse a pensar que no hay más cera que la que arde, aferrarse con uñas y dientes a la vulgari­dad y la ramplone­ría, tachando de ilusos a cuantos intentan abrir nuevos horizon­tes.

Por contra, lo que sí es evidente es que la realidad empieza a «vengarse» con el agotamiento de las materias primas, la deserti­zación y la progresiva destrucción de la ecosfera, porque la realidad, al cabo, termina «vengándose» de alguna manera.

Frente a esta idea errada de que podemos tomar la realidad a beneficio de inventario, podemos extraer una segunda consecuencia del «reismo» zubiriano: no podemos organizar nuestra vida de espaldas a la realidad, sino que hemos de tomarla en serio.

Pero tomarla en serio significa, entre otras cosas, saber que puede ser ampliada de una forma prodigiosa, siempre que no dejemos de hacer pie en ella y mientras agudicemos al máximo la capacidad creadora para imaginar posibilidades sin cuento.

Los enigmas excitan la imaginación y la razón creadoras; las aporías, los callejones sin salida bloquean las capacidades huma­nas y acaban matando el impulso vital.

Actuar en el sentido que venimos comentando es, en definiti­va, ser realista de un modo plenamente humano.

Por «ser realista» suele entenderse en principio ser pragmático, ser egoísta, no comprometer demasiado para no tener sinsabores. Pero esto no es realismo, sino cinismo.

También puede entenderse por «realismo» atenerse a la realidad tal como es, a los hechos tal como son. Pero sucede que «lo que es, no es todo», sino que puede ser muchísimo más, dependiendo de nuestra «ambición».

Por eso consideramos aquí auténtico realismo el que, al formular las grandes preguntas éticas, trata de ampliar lo real desde lo que ya es.

Para lograr llevar a cabo ese proceso de humanización, quien quiera ser libre ha de asumir un «impera­tivo ético» que se articula en tres momentos: hacerse cargo de la realidad, cargar con ella y encargar­se de ella para que sea como debe ser.

«Hágase usted cargo» -decimos cuando pretende­mos que alguien comprenda bien una situación antes de decidir, no sea cosa que tome una decisión de la que después podría arrepentir­se.

«Cargue usted con las consecuencias» -decimos cuando queremos mostrar a alguien que es a él a quien van a pedirse responsabili­dades de lo que sucede, porque es quien toma la decisión, por mucho que quiera escabu­llir el bulto.

«En definitiva es usted el encargado» -decimos cuando el responsable se esfuerza por pasar la pelota al superior, al inferior, o al sistema en su conjunto.

Asumir estas tres obligaciones con la realidad social en la que ya estamos implantados es lo contrario de encogerse de hombros alegando que, a fin de cuentas «no soy guardián de mi hermano».

Desde esta perspectiva se abre paso lo que llamaríamos una «moral de la responsa­bilidad», Porque el que intenta eludir la realidad y no responder de ella, como si no presentara sus exigencias ni tuviera relación con él, practica una «moral de la irresponsabili­dad» que a la larga acaba pagándo­se.

Si, como hemos dicho, vamos a vernos obligados constantemente a elegir entre posibilida­des para apropiar­nos unas, renunciando a otras, y a tener que justificar nuestras elecciones, más nos vale intentar ir aclarándonos a nosotros mismos desde dónde hacerlo para lograr buenas elecciones. Sin duda nuestra razón tiene una función calculadora, pero nos conviene que esos cálculos sean prudentes Es decir, nos conviene tener criterios fundados desde los que tomar las decisiones, no sea cosa que elijamos las opciones menos acertadas.

En este sentido, la historia de la ética ha sido en buena medida la historia de la sabiduría moral, el intento de pertrechar a las personas de los criterios necesarios para hacer buenos juicios y, consiguientemente, buenas elecciones.

Por su parte, el relativismo no pone en duda que existan valores «valiosos», normas válidas o ideales atractivos, sólo que declara que la calificación moral de una acción como buena o mala depende de cada cultura o de cada grupo.

Podemos entender por «actitudes», «aquellas tendencias y predisposiciones aprendidas y relativamente fijas que orientan la conducta que previsiblemente se manifestará ante una situación u objeto determinado»; la actitud es, pues, una predisposición conduc­tual, que no consideramos innata, sino como algo que la persona adquiere.

A la persona la realidad «le va» en su modo de estar en el mundo y es irresponsable -inmoral- intentar desembarazarse de ella. Por eso el frívolo podrá ser socialmente muy bien educado, pero moralmente hablando es un maleducado.

Y lo mismo ocurre con el cínico. El cínico -como decía en genial expresión Oscar Wilde- es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. El cínico -podríamos añadir- es el que cree posible adjudicar a las cosas el precio que bien nos parezca, como si pudiéramos ordenar el universo desde nuestra inventada ley del intercambio

La expresión «moral» significa, en primer lugar, capacidad para enfrentar la vida frente a «desmoralización».

Cada persona, a la hora de elegir entre posibilidades llevado de sus tendencias, se decanta por aquello que le parece bueno. Ésta es la razón por la que en la ética tradicional se decía que, cuando elegimos, lo hacemos «sub ratione boni», es decir, optando por lo que creemos que es bueno para nosotros

La OMS dice que el grado de salud de las personas se mide por el grado de autoposesión: la autoposesión de cuerpo y mente por parte del sujeto es síntoma de salud, mientras que la imposibilidad de controlarse a sí mismo es síntoma de enfermedad

La drogadicción es, por tanto, un fenómeno absolutamente iliberal y reaccionario, porque quien se introduce en él tiene difícil el camino de regreso a ser él mismo, a poder elegir desde sí mismo.

¿Por qué a un individuo le va a interesar ser moral? Pregunta que carece de sentido si el individuo se sabe ya miembro de una comunidad, cuyos fines coinciden con los suyos propios.

1) El ejercicio de la ciudadanía es crucial para el desarrollo de la madurez moral del individuo, porque la participación en la comunidad destruye la inercia y la consideración del bien común alimenta el altruísmo.

No es fácil precisar un modelo de ciudadanía. Aquí optaremos por un modelo de ciudadanía a la vez nacional y universal, que se configura con las siguientes características:

– Autonomía personal (el ciudadano no es ni vasallo ni súbdito)

– Conciencia de derechos que deben ser respetados.

– Sentimiento del vínculo cívico con los conciudadanos, con los que se comparten proyectos comunes.

2) La moral es indeludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección; con lo cual más vale que nos busquemos buenos referentes para justificarlas, no sea cosa que labremos nuestra propia desgracia.

Ahora bien, los contenidos de la felicidad no pueden universalizarse. «Mi felicidad» es mi peculiar modo de autorrealización, que depende de mí constitución natural, de mi biografía y de mi contexto social, hecho por el cual yo no me atrevería a universalizarla. Lo que me hace feliz no tiene por qué hacer feliz a todos.

Por eso es preciso aprender a deliberar bien sobre lo que nos conviene, pero con la conciencia de que ser feliz es, no sólo una tarea, sino sobre todo un regalo, más que algunas corrientes filosóficas entienden la felicidad como «autorrealización», para distinguirla de quienes entienden por felicidad «obtención de placer», que es el caso de los hedonistas.

«Placer» significa, en buena ley, satisfacción sensible causada por el logro de una meta o por el ejercicio de una actividad.

Pero tampoco pueden equipararse «esto es justo» y «esto es lo admitido por las normas de mi comunidad» (ciudadanía nacional), ni siquiera «esto es justo» y «esto sería lo admitido por una comunidad cosmopolita» (ciudadanía cosmopolita). Porque cualquier comunidad de la que hablemos se concreta -y de ahí su ventaja- en unas normas para unos ciudadanos reconocidos como tales, que, por lo tanto, tienen unos derechos que deben ser respetados.

Como ha mostrado Lorenz Kohlberg, la formulación de juicios sobre la justicia supone un desarrollo y un aprendizaje que se produce a través de tres niveles:

1) El preconvencional, en que el individuo juzga acerca de lo justo desde su interés egoísta.

2) El convencional, en el que considera justo lo aceptado por las reglas de su comunidad.

3) El postconvencional, en el que distingue principios universalistas de normas convencionales, de modo que juzga acerca de lo justo o lo injusto «poniéndose en el lugar de cualquier otro».

Concluyendo

La educación del hombre y el ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto, la dimensión comunitaria de las personas, su proyecto personal, y también su capacidad de universalización, que debe ser dialógicamente ejercida, habida cuenta de que muestra saberse responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social, aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona como un fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con quien construir el mejor mundo posible.

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Author: Roderick King

Last Updated: 03/12/2023

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